Mi Super Bowl

Cada cuatro años, como todo latinoamericano y argentino nativo, espero ansiosamente la llegada del Mundial de Fútbol. Ese rito festivo donde se paraliza la vida de millones durante un mes. Soccer, le dicen los gringos. Un deporte de profunda influencia paterna y que todos supimos abrazar desde que nacimos, gracias a un linaje de potrero. Una disciplina que nos alimentó con dedicación maternal y que jamás podremos abandonar. Como a nuestra vieja…

Los domingos son de la familia. Con asado o pastas y fútbol. No obstante, el séptimo día también es la jornada religiosa por excelencia. Aunque Dios ordenó que el hombre (y la mujer) debían “descansar”, nadie abandonaba su labor de "hincha" un domingo. Jamás. 

A veces uno cuestiona la religión y hasta duda en renunciar a los rituales, pero también puede suceder que otras creencias intenten apoderase de tu día favorito: ¿quién no fue despabilado por el sonido del timbre un domingo a la mañana para invitarnos a otros templos? 

Un día, aquel timbre golpeteó con fuerza. No fue una campana ni un golpe en la puerta. En aquella ocasión, un poder intenso me abdujo con notoria energía desde cierto altar, aunque sus iniciales no eran “INRI”, sino “ESPN”… 

Jamás olvidaré aquel día de redención: el sacerdote, mi viejo, me bautizó con una breve explicación sobre aquel culto pagano. No hubo vuelta atrás, mientras los devotos de mi fe originaria escupían blasfemias: ¿Cómo me dejé evangelizar? ¿Qué influencia tenía este novedoso dogma que me había secuestrado durante horas frente a la pantalla? ¿Por qué los santos usaban cascos? 

En estas tierras, uno nace con la pelota redonda bajo los pies. Cualquier niño de 5 años sabe jugar al fútbol. Es fácil de comprender porque las reglas son sencillas. Además, se practica en la calle, en un garaje, en un terreno o en la arena. Solo se necesita una pelota o algo que se le parezca. Simple y pasional. 

En el football no es tan sencillo...

Son disciplinas muy diferentes, descendientes de culturas disímiles. El football deriva del rugby europeo, mientras que el fútbol es tan antiguo que se practica en todo el globo y es fácil de enseñar. 

Necesité de muchas horas de televisión y bajé cientos de páginas de internet para comprender de qué se trataba “el otro fútbol”. Hice mi propia biblia y el resultado fue fulminante: me convertí en creyente.  

Posiblemente, la complejidad del nuevo culto me resultó interesante. También me fascinó el mesías: aquel hombre destacado que juntaba a sus hermanos para decidir qué hacer y enviar su palabra al más allá. Era el líder de la iglesia. 

Todos lo seguían porque era diferente: el más sensato y preparado para cumplir la misión. Un redentor que emprende el avance sobre la tierra prometida en una cruzada.

Cada acción ajedrecística era pensada, estudiada y preparada; como un mandamiento totalmente distinto y bajo el espectáculo de la divinidad. 

Desde hace décadas, mi Dios está en un terreno de 120 yardas y el cáliz es una pelota ovalada y con cordones. La única similitud con el soccer es la cantidad de discípulos. 

Pero no son 12 porque algún Judas decidió abandonarlos: cuando 11 jugadores atacan, otros 11 deben defenderse. El ovoide se reza con las manos y se lanza hacia el cielo; a veces se puede patear; y también se lo pasan hacia atrás, como en el rugby, pero nada comparte con aquella herejía.

Siempre creí que el fútbol nuestro de cada día era mi deporte favorito. Estaba equivocado. 

Unos años después, el periodismo especializado me llevó por diversos rumbos, cultivando experiencias en varias radios, en algunos canales de televisión y en internet. Una liga argentina me vinculó con los ejércitos del rito americano y la NFL se adueñó de mis costumbres.

Sin embargo hay algo supremo... Una misa anual que corona a su mejor fiel. Un súper domingo...

El Super Bowl es como Yom Kipur, las Pascuas o el Ramadán. Atrae y magnetiza por diversos motivos. Los infieles que no vislumbran el juego sienten que el show del entretiempo es el clímax de la oración, pero desconocen que durante el partido se profesa el máximo sacramento. 

Y como en la fe, hay que ver para creer. El football es mi guerra santa y no tengo que esperar cuatro años para librarla...


*Escrito originalmente en 2017 y editado en 2022.