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A 48
años del “Ice Bowl”, Cowboys cayó ante Packers 26-21 y fue eliminado de los
playoffs. Aaron Rodgers jugó lesionado y tuvo una segunda mitad notable. La
jugada de Dez Bryant ocultó los problemas de Dallas y Tony Romo vuelve al ojo
de la tormenta.
Tuvo
más oportunidades que cualquier otro mariscal de campo en la franquicia. Sus
números siempre acompañaron los momentos del equipo. En 2014, los entrenadores
lo protegieron como nunca antes, formando una línea de ataque pretoriana. La
potencia de DeMarco Murray le permitió tomar aire en las series ofensivas. Dez
Bryant fue su mejor socio en años. Todos los factores fueron favorables, pero
dentro del campo de juego las actuaciones del quarterback definen el rumbo de
la ofensiva. A pesar de ello, Tony Romo no pudo llevar a Dallas Cowboys a la
final de la NFC, cayendo ante un Green Bay disminuido por la lesión de Aaron
Rodgers, quien aguantó el dolor y torció el rumbo del encuentro.
Aquí
aflora la personalidad del conductor. Las estadísticas suelen ser letales, pero
los momentos del individuo y del grupo concretan las historias. Romo podrá
gozar de números espléndidos en la NFL, aunque su liderazgo es cuestionado
constantemente. Los gestos, las palabras, el fastidio, los gritos, los
festejos, el enojo y las discusiones son algunos elementos que componen -en
parte- el temperamento de un individuo. Sin embargo, la clave está en cómo
transmitir las motivaciones y de qué manera transformar las debilidades en
retos. Para ello hay que trabajar con los miedos y plasmar claramente los
objetivos a alcanzar. No solo ante Packers el mariscal de Cowboys trasladó
inseguridades, también lo hizo la semana pasada contra Lions.
En
ambos partidos, Romo alternó buenas y malas, resolviendo ante frontales
agresivos y, asimismo, dudando cuando lo desprotegían. Dentro de la bolsa
protectora, el quarterback se mueve cómodamente y lanza a la perfección, pero
cuando sale o lo acosan suele cometer errores que culminan con capturas o
entregas. Esto es algo que no ha sabido reparar, transformando los traspiés en
miedos. Un líder con temores es incapaz de atraer o captar a sus seguidores,
según la propia definición de carisma.
Del
lado opuesto, Aaron Rodgers también tuvo altibajos, pero nunca sembró dudas
respecto a sus posibilidades, conduciendo con firmeza a la ofensiva, a pesar de
la lesión muscular que padecía desde el juego con Detroit. La mirada del
mariscal de Packers revela seguridades y siempre fija la visión directamente en
los ojos de los rivales, impidiendo que cualquier duda se apodere de sus ideas.
Haber jugado todo el encuentro ante Dallas sin demostrar dolor fue otro ejemplo
de integridad. Rodgers juega con determinación, es un mariscal pensante y
expone agilidad cuando es asechado. El liderazgo del mariscal es indiscutido,
ya ganó un Súper Bowl y su semblante acompaña los números de una carrera
extraordinaria.
Las
diferencias entre Romo y Rodgers pasan por sus personalidades. Más allá de los
perfiles técnicos o estratégicos, el carisma resulta determinante. La frialdad
en los pensamientos no forma parte del debate, pero sí la tibieza de espíritu fue
notoria en el quarterback de Cowboys. Si bien es cierto que la defensiva de
Dallas no supo detener a Rodgers en la segunda mitad del pleito o que la jugada
de Dez Bryant pudo haber cambiado las cosas, son relevantes el estado de ánimo
de los “caciques” y las decisiones que se toman en los momentos clave del
juego. Por lo tanto, es imposible construir sobre la ausencia de cimientos...
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